Hace ya unas cuantas semanas que llegó a nuestras pantallas la nueva joya de Hayao Miyazaki. Más de cuatro años han pasado desde su anterior película “El castillo ambulante” y ocho desde “El viaje de Chihiro”. Como se ve, el maestro se toma su tiempo con cada producción, de seguir a este ritmo su siguiente película no aparecerá hasta el 2012, casi nada.
El argumento empieza con un pequeño pececito con aspecto de niña (una sirena algo sui generis) que se escapa de un barco sumergido y emprende un viaje hacia el exterior. Al llegar a la costa conocerá a Sasuke, un niño de cinco años que vive en lo alto de un acantilado con su madre.
Según como se mire puede dar la sensación de que es una película poco ambiciosa o bien puede uno inclinarse a pensar que es en su sencillez donde reside su gran atractivo. Está claro que la película está dirigida a niños más pequeños que otras producciones, pero creo que precisamente lo ha elegido así porque su inocencia permite un cuento rebosante de imaginación y sinceridad.
El protagonista tiene cinco años pero no es un chaval que tenga comportamientos muy infantiles, Miyazaki nos lo muestra como una persona que sabe lo que quiere, muy responsable y aplicado. Al poco de empezar decidirá que lo que realmente desea es estar junto a Ponyo y esa decisión inquebrantable la mantendrá siempre, pase lo que pase. Es ese tipo de relación inocente que solo se puede conseguir a través de los ojos de un niño.
Posiblemente sea una de las películas más entretenidas de ver de su director. Con un ritmo muy vivo, constantemente están ocurriendo cosas. Es difícil quedarse con una sola escena de la película, tiene tantas secuencias imaginativas que es complicado elegir: desde la escena de apertura hasta el maremoto, pasando por la historia de los barcos en alta mar o la aventura de Ponyo y Sasuke en barca… todas ellas son momentos para el recuerdo.
Los dos niños son los protagonistas casi absolutos de la historia. Esto hace que las historias de otros personajes queden algo más desdibujadas (especialmente las figuras paternas), y que en ocasiones uno pueda echar en falta algo más de información sobre todo lo que rodea a la película. Eso, junto a la nada cerrada conclusión de la película, son los dos puntos flacos que se le pueden achacar. Parece más un cúmulo de buenas ideas enlazadas, que una película completa.
El apartado visual nos devuelve al mejor estudio Ghibli tras el fiasco (a todos los niveles) de “Cuentos de Terramar”. Si algo distingue a esta película del resto, seguramente sea el uso del color, asemejando las ilustraciones a acuarela de Miyazaki y con un aspecto totalmente artesanal. Para dotar al mar, lugar donde ocurre casi toda la película, de ese aspecto tan especial que tiene en la película, el propio Miyazaki se empeñó en dibujarlo personalmente, y ha reconocido en varias entrevistas que disfrutó tremendamente experimentando con el tema.
El apartado sonoro tampoco se queda atrás. La partitura de Joe Hisaishi es exuberante y vibrante, siguen pasando los años pero sus colaboraciones con este director siguen sacándo lo mejor que lleva dentro. Además, la tierna canción que acompaña a la película seguramente se convertirá en una de las favoritas de los niños que la vean: inocente, sencilla y preciosa.
Los que queda es una película rebosante de imaginación y con un apartado audiovisual de lujo, a la que en última instancia le falta algo de concreción y atar al final todo de forma más clara. Es un film infantil de primer nivel, que no llega a la redondez de las mejores obras de Miyazaki. Con todo, visionado obligado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario